Todos los caminos llevan a todos los sitos, luego es natural que se intersequen, que se entremezclen los tuyos con los míos. Sin embargo, no puedo evitar sentirme seguido o seguidor cuando esta situación se prolonga, cuando oigo ininterrumpidamente unos tacones al frente como si de un faro se tratase, indicándome mi objetivo mediante el oído cuando la noche increpa a la visita, si es que estos, por el contrario, no se clavan próximos a mi espalda.
En ocasiones como esa, tras observar con cierta frustración que el ritmo de nuestros pasos es asombrosamente similar, si voy delante, al percibir que me es imposible dejarla atrás, desacelero hasta que desaparece en el horizonte, y si voy detrás, asumiendo que no puedo decelarar más sin hacer un ridículo descarado, rodeo raudo su figura antes que una súbita parada por parte suya nos haga colisionar.
A veces me pregunto si ellos también se sentirán acosadores o acosados cuando estas situaciones se suceden. Dependiendo de la paciencia de cada uno, y, por ende, del tiempo que tarde en adoptar uno u otro ritmo en alternadas sucesiones, podrían darse comportamientos bien extraños. Tanto, que me obligarían a desviarme de mi ruta con tal de no tener que soportar esa embarazosa y tensa relación siniestra.
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